Datos personales

Mi foto
Buscando, pensando y volviendo a buscar

martes, 4 de octubre de 2011

Puede que te sientas mayor cuando...

- Cuando tienes más años que la mayoría de futbolistas que conoces.
- Cuando te quejas al agacharte.
- Cuando te afecta la humedad.
- Cuando un sábado a las 3 de la noche te parece tarde.
- Cuando grabas un recopilatorio de crooners (culpable y orgulloso).
- Cuando los adolescentes te parecen el peor colectivo vivo sobre la tierra.
- Cuanto tuerces el gesto al pensar en un albergue.
- Cuando los colores vivos empiezan a desaparecer de tu calzado.
- Cuando las conversaciones sobre bares a los que ir se convierten en conversaciones sobre colores con los que pintar una habitación.
- Cuando te haces un análisis por rutina.
- Cuando te das cuenta de que la política no existe.
- Cuando te divierte Mad Men. Sí, así es.
- Cuando no haces deporte porque 26 grados te parece demasiado calor.
- Cuando la arena de la playa te molesta.
- Cuando conoces lo que te cobra por hora un fontanero.
- Cuando te conformas con cualquier terraza.
- Cuando vas por ahí recomendando medicamentos. Loco.
- Cuando vas a coger el coche y lo primero que haces es buscar nuevos arañazos.
- Cuando no le encuentras sentido a las fiestas populares.
- Cuando existen los domingos por la mañana.
- Cuando has tenido más de una cámara digital.
- Cuando crees que la gomina es asquerosa y te preguntas como pudiste utilizar esa especie de semen de camello para tu pelo.
- Cuando entras al Pull&Bear y piensas "pero qué cojones es esto??"
- Cuando no recuerdas cuanto tiempo llevamos con el euro.
- Cuando intentas entender la sección de economía de un periódico.
- Cuando reflexionas sobre aquel juego de la infancia, “Chucho”, y piensas que era una puta mierda.
- Cuando comienzas a considerar las agencias de viajes como una opción.
- Cuando usas la palabra “chaval” con tono paternalista.
- Cuando ves las abdominales de Aznar.
- Cuando tuteas a tu médico.
- Cuando vas a un spa. Sí, mola, pero hay que reconocerlo.
- Cuando llamas "spa" a un balneario.
- Cuando te duelen las rodillas.
- Cuando piensas que todo tiempo pasado fue mejor.
- Cuando sales a pasear por tu barrio y todo te parece nuevo. Sal más a la calle, desgraciado.
- Cuando sales a pasear.
- Cuando Imanol Arias no sólo te cae bien, sino que te empieza a parecer un ejemplo.
- Cuando utilizas la expresión “se conserva bien”.
- Cuando empiezas a abandonar a tu mochila.
- Cuando los meses no tienen 31 días sino 800 euros de hipoteca más un huevo de gastos.
- Cuando tienes más americanas que bañadores.
- Cuando pierdes el tiempo ligando. Tal cual.
- Cuando comienzas a coleccionar cosas. ESTO es el principio de tu muerte.
- Cuando todo te parece caro.
- Cuando sabes lo que es el Ibex-35.
- Cuando no te interesan los bajos de Argüelles (enhorabuena).
- Cuando te encanta Norah Jones.
- Cuando te sorprendes a ti mismo comprando un marco de fotos.
- Cuando sabes lo que quiere decir “vehemente” ó “magnánimo”.
- Cuando pasas más tiempo en el gimnasio que en la calle.
- Cuando la noche perfecta incluye un restaurante sin música ambiente.
- Cuando vas al cine a la sesión de las 8.
- Cuando te jode el efecto karaoke en un concierto.
- Cuando recuerdas la Olimpiada de Barcelona. En el 92...
- Cuando España no te parece “la hostia”.
- Cuando el vino se hace frecuente en tus comidas o cenas de fin de semana.
- Cuando piensas en qué es oficial y qué no lo es.
- Cuando lo que más te interesa en un bar es si te puedes sentar.
- Cuando te compras una manta. Nenaza.

- Cuando piensas reiteradamente “ESTO ME HACE SENTIR MAYOR”

Pero tranquilos, mañana se casa la Duquesa de Alba, ¡chute de juventud para todos!

lunes, 3 de octubre de 2011

El fútbol y las emociones

Recuerdo aquella cerveza que me tomé hace ya varios años en uno de los bares más clásicos de mi barrio. Tras ciertos sudores, me supo a gloria. Gloria de mi equipo, que acababa de ganar la liga en la última jornada. Y allí estaba yo, reponiendo fuerzas junto a mis amigos y viendo los resúmenes del plus al acabar los partidos. Y tras haber vivido unos momentos de bienestar por el título logrado nos quedamos ensimismados ante la pantalla. Docenas de aficionados béticos se comían al periodista que intentaba relatar cómo el Betis se había salvado del descenso. Joder, eso sí era alegría. Nada de euforia contenida, de pensamientos sobre próximos objetivos ni de luces de interrogatorio apuntando a responsables de la agonía de la situación. La alteración sufrida no tenía culpables, sencillamente era el motivo de ese estado tan satisfactorio. Euforia y una felicidad tan simple de definir como complicada de conseguir. Me giré y denoté en mis amigos Felipe y Rodrigo la misma cara que yo y seguramente la misma reflexión mental:

- “Vale, se quedan en primera, es normal que estén contentos, pero…¡nosotros hemos ganado la liga! Y eso vale mucho…¿no? Quiero decir, se supone que es más…y yo estoy feliz. Ellos recordarán este momento durante toda su vida, pero yo también estoy muy contento…¿no? Chicos, la liga está bien, ¿no? Chicos….”
Continuamos nuestras cervezas. Al día siguiente había que trabajar, el Real Madrid había ganado la liga y nosotros seguíamos teniendo los mismos problemas e ilusiones de siempre.


El deporte es esa elaborada receta que conjuga muchos ingredientes con un resultado perfecto. Cada deporte es un plato diferente. Los hay sabrosos, de digestión pesada, ligeros, rápidos, saludables…sin embargo, para todo buen espectador ó analista deportivo que se precie, hay un componente que jamás puede faltar. Se llama “emoción” y, ojalá me equivoque, pero este condimento lleva un tiempo siendo el gran olvidado del plato combinado más consumido en España, el fútbol de élite. O lo que es lo mismo, esas dos nombre propios tan contrapuestos como necesarios, tan antagónicos como similares. Madrid y Barcelona. Barcelona y Madrid. Porque en España eso es lo que se considera fútbol, o al menos el que importa a la masa social.

En este país hay varios tipos de fútbol y, con ello, varias clases de aficionados. Obviando con todo respeto a la gran mayoría que practicamos este deporte como afición y a los profesionales que se ganan la vida como pueden en campos que hasta hace muy poquito eran de tierra, me remitiré a las dos principales categorías del país. En la segunda división (dejemos de lado por un simple momento los patrocinios), podrás encontrar un amigo de toda la vida aficionado del Guadalajara, un equipo recién ascendido a la categoría, con el corazón disfrutando del momento (marchan en una cómoda séptima posición) y la cabeza advirtiendo del objetivo real del equipo a final de temporada. En esa afición, cada partido es un latido diferente y una nueva ilusión. Un acontecimiento novedoso todos los fines de semana que provoca nuevos encuentros, costumbres y procedimientos. Viajes, quedadas, compañías, gritos, alegrías, tristezas…lo que se dice un tiempo para recordar, independientemente del final.

Además, tendrás un cuñado o un jefe forofos de históricos como el Celta, Valladolid o el Murcia. Hablamos de clubes cuyo pasado les condena a pelear por subir de categoría. Podrán estar en mejor o peor momento, pero sus aficionados seguramente no disfrutarán tanto como los del Guadalajara. La responsabilidad e inseguridad de su verdadero potencial se posan sobre los hombros de los hinchas, en lo que es una especie de espera incómoda por saber si volverán a acoger los focos punteros del fútbol de primera. La ilusión les ayuda pero las emociones les encogen. Y junto a ellos, con los mismos síntomas pero elevados potencialmente al nervio puro, reposan en un movimiento continuo las aficiones de los recién descendidos a segunda. En estos casos, la responsabilidad se convierte en deber, la emoción en agonía y el fútbol pasa a ser ese pensamiento continuo, irregular, incluso algo molesto, en la cabeza de todo buen y sacrificado hincha. La famosa campaña del Atlético “Un año en el infierno” lo definió perfectamente. Esta temporada, el Deportivo recibe la herencia y, de momento, las pulsaciones en La Coruña andan, lo que se dice, oscilantes. Yo de ellos intentaría estar tranquilo, siempre y cuando juegue Valerón.

Y ya en primera división, el nivel de alteración suele resultar bastante heterogéneo; estamos en una competición en la que dos equipos pelean por la liga, fracasando el que la pierde. Un grupo de cinco ó seis clubes intentan llegar a posiciones europeas sabedores de que los ciclos deportivos provocan que el año en el que quedaste sexto se continúe con una temporada triunfal en la cuarta posición o la pérdida del crédito con un decepcionante noveno puesto. Y luego están el resto de los equipos, que cada año protagonizan una carrera similar a la de los autos locos de Pierre Nodoyuna, un “sálvese quien pueda” aderezado con embargos, sorpresas, dramas, injusticias, árbitros y de vez en cuando, un poco de fútbol. Taquicardia pura.

Sin ánimo de generalizar (o al menos de no hacerlo del todo) me resulta curioso ver que cuanto mayor es el objetivo al que se aspira, menor es el nivel de emoción que pueden llegar a sentir ciertas aficiones. Obviamente, hay excepciones. Pero pregunten a aficionados del Levante por la permanencia y a aficionados del Valencia por la Champions. Ambos consiguieron el objetivo el año pasado y disfrutan esta temporada de la liga BBVA (paréntesis publicitario abierto de nuevo) y de la máxima competición europea. ¿Lo celebraron por igual?, ¿sufrieron lo mismo durante la temporada?, ¿qué parte de su sentimiento era verdadera emoción, apoyo a los colores o reproche a los jugadores o cuerpo técnico? No pretendo entrar en análisis de cada afición porque las posibilidades y potencial de cada club son diferentes, así como la implicación personal de cada aficionado. Pero sí que creo que se pueden sacar conclusiones sobre la psicología del aficionado en función de las metas, logradas o no.

Yo me considero aficionado y simpatizante del Real Madrid. De los de toda la vida, sí, pero también de los más críticos. De los que saltan de su asiento con los goles de Higuaín pero de los que no salen contentos del Bernabéu tras ganar 3-0 al Ajax porque el juego les parece paupérrimo. Y una cosa puedo asegurar. Las ligas del Madrid se celebran poco. Verán miles de personas en la Cibeles, recepciones con Gallardón y Aguirre, recordatorios a aficiones rivales en los reportajes de las televisiones a pie de estadio…de acuerdo. El recuerdo y la emoción de la liga conseguida le dura al madridista medio pocos días. Es un aficionado difícilmente estimulable e incluso me atrevería a decir que la única forma de provocarle una perturbación real es que el equipo derrote al Barça o que gane la tan traída décima Copa de Europa (volvemos a las denominaciones antiguas). Si estos dos hechos se produjeran a la vez, entonces el clímax colectivo madridista llegaría a cotas nunca alcanzadas.

Podemos extrapolar este marco al F.C. Barcelona con muy pocas diferencias. Y a otros grandes como Milan, Bayern Münich, Manchester United, etc. Si sesgamos las lógicas distinciones culturales (siempre se dice que en Italia el fútbol es una cuestión de vida o muerte, en Inglaterra una tradición social y en España un espectáculo), las reacciones humanas a los triunfos más elitistas del fútbol son muy similares. Me dirán que es normal, que el Real Madrid ha ganado nueve Champions, que el Barça lleva doce títulos en tres años y que Milan, Bayern y United han ganado sus campeonatos nacionales más de sesenta veces entre los tres clubes.

Las cifras son ciertas pero las sensaciones son subjetivas. ¿Es mejor ver once ligas del Barça a lo largo de tu existencia o vivir once ascensos del Real Murcia (son los que ha logrado en su historia)? Los sentimientos no entienden de calidad pero sí de intensidad y quizá la condición humana hace que los triunfos se asimilen más rápidamente que las derrotas. Que nos acostumbremos a lo bueno pero tengamos cierta relación de odio-atracción con las dificultades deportivas de nuestros colores. Quizá el fútbol sea realmente importante en las vidas de muchas personas y trasladan a él sus ilusiones y frustraciones.

Este escrito no tiene ningún afán intencional sobre los aficionados de fútbol, pero sí quizá sobre el destino que rige el deporte. Querido futuro condicionante, tráenos emoción. En todas las competiciones y a todos los niveles. En regional y en primera. En la copa y en la Champions. No quiero volver a ver unos cuartos de final y unas semifinales resueltos todos ellos en la ida, que se le llama la mejor competición del mundo por algo. Vamos, que se compite.

Un servidor entiende que el fútbol no es lo que era. Que la industria, el negocio, las grandes marcas y los intereses mal dirigidos se han comido buena parte del deporte y de lo atractivo de sus orígenes. Pero a este humilde servidor le gustaría que la gloria de los más altos logros del fútbol fuera algo muy difícil de conseguir. Le gustaría que todas las veces en la vida fueran la primera vez. Quiero ver saltos, uñas rotas, lágrimas y reporteros abrazados y por borrachos. Quiero que mi gusto y sentido por analizar sea fagocitado por mi instinto de gritar. Quiero fútbol no sólo con la cabeza sino también con el corazón.


twitter: @JosePortas

domingo, 25 de septiembre de 2011

Buscando el problema

Una cosa corta para terminar (o comenzar) la semana. Recomiendo ver Salvados, un programa que hace reír y reflexionar, algo utópico en la televisión actual. El capítulo de hoy trataba sobre la imagen de los políticos en España.

¿Estamos representados en las cámaras por políticos interesados, alejados de la realidad, demasiado bien remunerados y con muy poca autocrítica? yo digo; seguramente SÍ. Ahora bien, si eligiéramos a 350 diputados anónimos, cazados en la calle, con aptitudes y formación similares a los actuales...¿se les acusaría de lo mismo tras un año de trabajo?, ¿se defenderían ellos con los mismos argumentos que usan los políticos reales?....sin querer defender al gremio, me planteo si es un problema de la profesión de político y todo lo que se ha desvirtuado...o es algo simplemente cultural en España, sobre la crítica, la envidia y todo ello acuciado por la crisis, que ayuda a cargar de razón una serie de argumentos que ética y moralmente la llevan pero elevados al juego democrático que tenemos que aceptar, son más que discutibles.

Es más difícil analizarse a uno mismo que a los que te rodean, pero también más conveniente. Me viene a la cabeza el refrán aquel de "de estos lodos...". Ser autocrítico, exigente y magnánimo con tus representados o representantes es más que necesario en la relación político-ciudadano y la autocomplacencia no favorece a nadie. Y la responsabilidad la tenemos todos, ciudadanos y parlamentarios, durante todo el año y no sólo en las elecciones.

Así que a informarse, a pensar un poquito las cosas y a intentar no caer en los topicazos sin antes reflexionar al menos acerca del lugar al que nos lleva el aplicarlos. Para los que hayáis visto el programa, la reflexión es producto de ver la intervención del líder de CIU, Duran i Lleida, que en mi opinión no ha dicho ninguna barbaridad, pero ha mostrado una actitud defensiva ante la disparidad de criterios con la ciudadanía, lo que demuestra que vive en otro mundo. Por otro lado, con políticos como el senador Juan José Lucas admitiría otro tipo de juicios. Le conoceréis por tener una frente más abultada que la provincia de Segovia. Ver a este tipo defender la existencia del Senado con una total intransigencia, distanciamiento de la realidad y gusto por el púlpito al que ha llegado a puertas de la jubilación me produce asco. Así no. Parece mentira que a estas alturas haya que explicarle a este hombre que no todos los ciudadanos son políticos, pero todos los políticos son ciudadanos.

Pues eso, toca entenderse. No seamos cazurros.


miércoles, 31 de agosto de 2011

El mundo será de los grises

"La virtud está en el término medio, entre el extremo por exceso y el extremo por defecto". Esta cita de Aristóteles me viene frecuentemente a la cabeza sin un motivo claro, ya que no tengo ni leves conocimientos de filosofía. Pero me resulta curioso que sea así y más en días en los que escribo sobre temas como el de hoy.

¿Qué es la virtud? Básicamente, es una cualidad estable de una persona, natural o adquirida y positiva, formada por la capacidad de aprendizaje, diálogo y reflexión de cara a obtener un conocimiento verdadero. Una definición algo barroca, así que pondremos en negrita lo que tiene que ser rescatado.

Uno despierta por la mañana, no sin cierta pereza; se toma un café soluble con dos cucharadas de azúcar y lo calienta en su microondas. Se sienta y comienza a leer los periódicos y absorber actualidad con la esperanza de que el mundo se recupere, se arregle. Con el deseo de que se evaporen la crispación, los malos entendimientos y los radicalismos. Pero es imposible. Ya ni siquiera digo difícil.

Me considero un tipo objetivo. O al menos mi intención es esa; no la de parecerlo, sino la de serlo. No busco la verdad universal, pero sí la que más se le acerque. No soy blanco ni negro, ni quiero serlo. Soy un grisáceo de mucho cuidado. Y esta es la causa por la que me altero cada día al leer los periódicos, ver los informativos o simplemente vivir mi vida como lo hacemos todos. Estoy cansado de contemplar y sufrir el “conmigo o contra mí” en la mayor parte de facetas que rodean mi día a día. Podría llamarlo el síndrome de la clase media. Nunca soy de unos ni de otros; cuando analizo un problema veo pros y contras, pero jamás me posiciono radicalmente en uno de los lados porque comprendo los argumentos del contrario (con excepciones, claro).

Entiendo y apoyo la militancia en una causa determinada pero sin ignorar el deber de avanzar en el conocimiento. A veces apoyamos ciertos movimientos o tendencias sin pararnos a pensar en su origen y modus operandi y simplemente fijándonos en las metas que persiguen. A lo mejor esto se resume en la dualidad que lleva persiguiendo al ser humano desde que yo lo conozco (veintinueve años de concienzudo análisis). El qué frente al cómo. El objetivo frente a los medios. El resultado frente a las formas. En cualquier caso, hablemos de una asociación, un colectivo o una simple actitud personal en nuestra vida, me parece esencial tener autocrítica para avanzar. Y quizá éste sea el verbo clave; el que debería ser más deseado y se convierte, sin embargo, en el más abandonado.

Estoy harto de estar continuamente envuelto en una guerra ideológica, una batalla constante donde el ser diferente va asociado a ser excluido, donde la discordancia se interpreta como una ofensa que debe pagarse. Todos los grupos están formados por individualidades diferentes, por muy homogéneos que sean. Y si tendemos a represaliar cualquier pensamiento o forma de ser ó actuar diferente de la mayoría que nos rodea, nos cargamos el sentido crítico que es el que nos hace avanzar y configurar nuestra personalidad.

En España nos encantan las etiquetas. Estamos en una sociedad formada por grandes o pequeños grupos, que dedican casi la totalidad de su tiempo a definir su exclusividad y marcar sus límites, olvidándose del verdadero fin o, lo que es mejor, de los medios ó formas que les han hecho juntarse. Claro, aquí nos gusta discutir. Pero, ¿qué es discutir? No es lo que vemos (o no) en Telecinco. Estamos olvidando que la discusión no tiene por qué tener un matiz peyorativo. Existe una incapacidad española manifiesta para divergir sin insultar, va en el carácter. No se defienden unas ideas ni unos valores ni unas medidas; se defiende una actitud, generalmente refrendada por un grupo. No sé si es miedo, instinto de supervivencia o simple conformismo borreguil, pero suele ser así. Aquí gana el más cabezón, el más pesado, el que más insiste. En las discusiones no se busca llegar a un punto en común, sino provocar los fallos del contrario y echarle en cara sus contradicciones. Y la manera más rápida de lograrlo es sacarle de quicio. Es el catenaccio fuera del césped convertido en relación social. En base a echarle dos cojones se mantuvo por ejemplo la selección española de fútbol durante noventa años. Eso sí, los triunfos de verdad se consiguieron con otro recetario.

Resumen de un pleno del Congreso de los Diputados. Intervenciones del PSOE, intervenciones del PP…se hace el silencio. En los medios de comunicación, el bipartidismo y ligeras menciones a los que más gritan y a los que más callan. Nada más. ¿Es que no hay más tendencias? Sí, pero no reciben atención mediática. Imposible encontrar autocrítica, aprendizaje, diálogo y reflexión en el foro en el que se descubre nuestro futuro. Y lo que es peor, no hay ni intención interna ni externa de salir de este círculo vicioso. Me pregunto si a los círculos de poder que rodean la política les interesan la diversidad de opiniones, la coherencia ó la pluralidad. Me respondo yo solo.

Todo esto siempre me ha descolocado y me he sentido profundamente dividido y entre dos tierras a lo largo de mi vida. Empecé con la EGB, continúe con la ESO y acabé en una universidad de segunda. Los libros me costaban un pico pero era “demasiado rico” para que me dieran una puñetera beca. De ayudas del estado, mejor no hablamos. No pertenezco a ninguna minoría, afortunada o desafortunada. Así es como triunfan los extremos. Sales de marcha y tienes amigos que quieren oír a Bisbal (“escuchar” es una utopía) y otros que prefieren malasañear. No es mi caso, pero a todos os resultará familiar esta discrepancia. Y la música que se escucha de fiesta nocturna es uno de los mayores puntos de discusión mal entendida. Vas al Bernabéu y te llaman “pseudomadridista” porque no apoyas a un entrenador maleducado, irrespetuoso y que incita a la violencia. Hace siglos, por ser heterodoxo te quemaban en la hoguera. Hemos mejorado; hoy en día, te excluyen, te ignoran con atención y te tratan como un bicho raro.

En general, la cuerda de la educación y el respeto ha hecho que me mantenga en un tira y afloja constante entre lo que he debido hacer y lo que me hubiera resultado más ventajoso. Y eso, en términos de sociedad, es una cagada. Aceptada y refrendada con coletillas tan gastadas como “ya, pero es así” o “¿y qué vas a hacer?”. Pero no por aceptada deja de ser cagada.

Yo abogo por pensar. En el qué, el cómo y el por qué. Y preguntarse a uno mismo. No pretendo imponer unos valores, pero sí me gustaría que cada uno actuara en base a unos, por muy diferentes que sean de los míos. Y ya si entre ellos están todos aquellos términos destacados en negrita en este texto, me redimiré de lo aquí escrito. Viviremos mejor, más tranquilos, más conscientes y aprovechando un mayor potencial. No vamos a cambiar el mundo pero sí vamos a mejorar nuestra vida.

Y observando el esperpento en que se ha transformado esta especie de sociedad con la que no me identifico en absoluto, a mí me vale con eso. Si soy un GRIS, lo seré hasta el fin de mis días…



Ilustración de Agustín Maya

martes, 23 de agosto de 2011

tolerando

Pasó la semana católica y me ha dejado una resaca desagradable pero que supongo corta. En todo caso, me sirve para actualizar casi un año después el blog, a ver si me depilo drásticamente la pereza y me inyecto algo de creatividad para poder escribir de vez en cuando. Aquí dejo mis comentarios sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud, aprovechando la siguiente editorial de Inocencio Arias en El Mundo.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/cronicasdeundiplomaticojubilado/2011/08/18/por-que-incordia-el-papa.html

"...un tipo listo este Inocencio Arias, siempre me cayó bien desde su época de directivo del Real Madrid.

La buena argumentación del texto y ciertas verdades no impiden ver que el señor Arias hace unas afirmaciones un tanto tramposas, muy del modo católico; es decir, amparándose más en las palabras que se lleva el viento que en los hechos que, generalmente, no coinciden con lo anteriormente expuesto.

Pongo en duda el orden y concordia de la invasión católica en Madrid estos días. El ruido es ruido, venga de un borracho o de unos teenagers adorando al papa; que se lo pregunten a los habitantes de cualquier distrito céntrico. Y la invasión, como tal, no puede definirse como ordenada, tratándola como invasión. Aunque esto es más responsabilidad de las instituciones que de los propios seguidores católicos.

Respecto al gasto público de la visita y el tema de la propaganda gratis...menos lobos, Caperucita. Está comprobada y aprobada la partida presupuestaria pública destinada a la JMJ, encabezada por la Sra. Aguirre, muy acostumbrada a saltarse los controles de dinero del consorcio de la comunidad (como por ejemplo el aumento del billete simple del metro). Quizá esto es lo que lleva a miles de madrileños a manifestarse en contra. Por cierto, en cualquier otra circunstancia los anti-manifestantes de una causa no pueden interferir en el desarrollo de la manifestación a favor de esa causa. Es decir, ¿qué pintaban los peregrinos católicos en Sol el día de la manifestación laica? He leído mucho sobre actitudes beligerantes pero nada sobre provocaciones ilegales, por no poder estar allí. Pero claro, ver a la policia cargar contra los pobres peregrinos es mucho pedir, es más fácil hacerlo contra los que se manifiestan legalmente.

Obviamente sería mucho más fácil apelar a la solidaridad de la gente si la causa de la jornada fuera algo más tangible, común y beneficioso a todos que no una creencia (respetable siempre) que desde las instituciones te intentan imponer.

Como dice el señor Arias, resumiendo. Quizá las protestas vienen por la actitud. La de la Iglesia, la del Papa, la del núcleo político pro-JMJ, la de los católicos que uno puede conocer personalmente, la que he comentado en el primer párrafo. No vale hacer trampas; no vale decir una cosa y hacer otra; no vale promulgar unos principios y actuar en base a otros muy distintos. Y sobre todo, no vale hacerlo con el dinero de todos en un estado declarado constitucionalmente laico. Quizá todas estas actitudes se resuman frases como la que la señora Aguirre colgó ayer en su twitter:

- La igualdad, dignidad, libertad... los ha traído el cristianismo. Que no se crean que los ha traído Karl Marx.

Y sin entrar en apreciaciones personales sobre la estética (clasista), simbología (de mal gusto) y discurso católico (demagógico) que oigo estos días, lo que está claro es que no hay nada más contradictorio que la palabra y las acciones de la Iglesia Católica, las pasadas y las presentes, muchas de ellas mejor no recordarlas y así lo hacen muchos de los jóvenes que inundan Madrid, a los que no me imagino llenando parroquias los domingos....así que si uno piensa un poco, no es tan extraño encontrar razones lógicas a la tirria de buena parte de la sociedad a la invasión católica de estos días.

Y aunque vivimos en un país profundamente extremo, incomprensible e hipócrita, tomar por cierta la última afirmación de Arias es pensar que somos todos imbéciles. Me río cuando veo el uso que se hace estos días de la palabra "tolerancia". Hoy mismo el papa ha pedido "radicalidad católica frente al rechazo de la fé". ¿Qué mierda de tolerancia es esa? Esta Iglesia no acepta la coexistencia, exigen el conmigo o contra mí. ¿Es "mala" la doctrina católica o los cimientos que la sostentan con una finalidad tendenciosa?, ¿tiene base juvenil la religión católica?, ¿o esa base está más fundamentada simplemente en lo que diga la Iglesia?

No conozco acción más intolerante que la imposición. Y es precisamente mi tolerancia la que me hace respetar el jaleo católico que trae el papa y su séquito pero mis derechos ciudadanos son los que me hacen cuestionar el cómo y el por qué. Es más importante la pérdida de dinero que el destino al que va, lo que no quita para que la indignación sea aún mayor.Así que si los católicos quieren venir a Madrid, que vengan cuando quieran. Igual que los ateos. Pero sin privilegios. O pagan todos o ninguno, crean en Cristo, en Buda o en Super Ratón. No hay mejor manera de mostrar tu tolerancia que aplicando la igualdad de trato. Y no hay ciudad más tolerante que ésta. Que se demuestre..."


lunes, 2 de agosto de 2010

La teoría del árbol

Hay una visión de la vida sobre la que me he pasado reflexionando buena parte de ella. Algo así como la teoría del árbol, la llamo yo. En lo que no gasté demasiado tiempo es en ponerle un nombre, resulta una explicación bastante gráfica al conocer el fundamento de esta absurdez.

Pienso en ello estos días como consecuencia de los ciento treinta y seis minutos que empleé hace unas tardes viendo Mr. Nobody. Y digo “empleé” porque realmente es una película que te propone un intercambio de ideas, colores, imágenes e historias, en mi opinión, bastante agradecido. Es complicado imaginarse este largometraje sin la aportación personal de cada uno de los espectadores del cine. ¿Sobre qué trata Mr. Nobody? No es fácil definirlo, pero podría decirse que es una historia de historias. Un mundo de posibilidades descubiertas gracias a la paradójica magia de la ciencia ficción.

Seguro que alguna vez has pensado en lo que habría ocurrido si hubieras cambiado de signo una de las grandes decisiones que has tomado en tu vida. O una decisión no tan importante en su momento, pero totalmente condicionante con lo que ahora sabes. Yo suelo imaginármelo con un momento recurrente y no demasiado original, una (a)típica elección de carrera y de rumbo profesional. Recuerdo aquella semana de verano del 99. Una de las peores de mi vida; me encontraba corroído por las dudas tras un examen de selectividad y un bachillerato cuanto menos irregular. No era demasiado normal doblar mis notas en asignaturas de letras respecto a las de ciencias cuando yo deambulaba por el itinerario de éstas. En cuanto supe mi nota final, hice una gira de visitas a facultades, universidades y centros de orientación para tener más claro que iba a hacer con mi vida. Muchas posibilidades pasaron por mi cabeza, todas ellas descartadas de un modo gradual, a saber…biología, forestales, psicología, geografía, periodismo (en universidad privada, hubo conversaciones al respecto)…hasta que llegó el día.

Un caluroso lunes, Felipe y yo nos presentamos en la cola de admisión de la Carlos III para entregar nuestro papel-sábana en el que habíamos escrito nuestras elecciones definitivas. Hasta diez carreras con sus respectivas facultades. Casi dos horas de espera para llegar a la oficina y de repente…me detuve en la entrada. Cuan película americana de los noventa, miré con cámara superlenta mi sábana de papeles y me di la vuelta. Me faltó sonreír, una slow motion profesional y el Bittersweet Symphony de fondo para optar al Emmy. Felipe me preguntó qué hacía y le dije que no estaba seguro de lo que ponía en mi solicitud. Esbozó una media sonrisa de desaprobación y entró en la secretaría. Yo no.

Llegué a mi casa y rompí la sábana. A tomar por culo la ingeniería técnica informática de sistemas como primera opción y la farmacia como segunda. Dos días después, decidí ascender del bronce al oro a la nueva opción de Ciencias Ambientales en una universidad nueva. Nota de corte desconocida, campus inédito. Quizás tenía tanto miedo a elegir mal entre lo que había visto que preferí escoger la alternativa anónima de palabras e imágenes. Era una probabilidad baja, ya que mi nota de corte era bastante inferior a la de esa misma carrera en otras universidades. Sin embargo me cogieron. Con tan sólo dos centésimas de margen, pero me cogieron.

Es un tanto pretencioso intentar imaginar cómo sería mi vida actual si no me hubiera
dado la vuelta en la entrada de la secretaría de la Carlos III. Ciertamente a veces me resulta inevitable, aunque es más un juego que otra cosa. Pero prueba a hacerlo con cualquier otro insignificante fragmento de tu vida:

...una mañana en la que sales de casa pero te das la vuelta por haberte dejado las llaves. Vuelves a salir y te cruzas con un antiguo amigo que, a la larga, te ofrece jugar al tenis el próximo fin de semana; el sábado subes al autobús, coges con retazo perezoso el periódico gratuito del día anterior (al conductor se le ha pasado limpiar el asiento) y observas una sorprendente oferta de becas en tu campo laboral, donde te aceptarán y te servirán de trampolín para acabar en una importante empresa...

...un domingo en el que no te apetece salir haces zapping en casa; de entre las decenas de canales que inundan tu televisión, de repente coincide la pulsación de tu dedo en el mando con la del trabajador de un canal minoritario que decide emitir, justo en ese momento, el tráiler de una peli que te llama mucho la atención. Llamas a un amigo para ir a verla esa misma tarde y él, de forma espontánea, se trae a un colega suyo que tú no conoces. Resultáis muy afines y estáis solteros, así que comenzáis a salir como bros de ligue con buenas intenciones en cuanto a juego pero apenas plasmadas en resultados. Como sois inconformistas con las sensaciones y buscáis algo que os llene más que una adolescente coctelera del Crash, tu nuevo colega nocturno decide presentarte a una amiga suya con la que piensa que congeniarás. Zas. Novia al canto. Gracias al trabajador anónimo de Localia...

La teoría del árbol.

Todo se inicia en un tronco. Ancho, lleno de sabiduría y posibilidades. En cierto momento de tu vida, empiezas a tomar decisiones; cada una de ellas es una rama que, día a día y opción a opción, se va dividiendo a su vez en pequeñas ramitas. Puedes pensar que la jodienda mayor es que sólo se ve un camino iluminado entre los cientos de líneas irregulares que uno vislumbra en la silueta del vegetal. Es tu trayectoria, el camino que has seguido. Influido por tus decisiones y también por factores ambientales, familiares y coyunturales, probablemente comunes a cualquiera de las ramas del árbol.

¿Vale la pena rebuscar en la variedad de caminos que no has elegido? Probablemente no. No los conoces ni en su fondo ni en su forma; es de listillos pensar que puedes girar la cabeza y suponer qué hay al otro lado de la alambrada. Yo creo que no tienes ni idea. Y así es mejor. Dice una regla antropológica algo así como

´…you must immerse yourself in an unfamiliar world in order to truly understand your own…`

Si encontraras un pequeño agujero por el que asomarte al resto de ramas del árbol, seguro que echarías un largo vistazo. Ejercer la curiosidad es humano, pero perderla te condiciona. Quizá tus posibilidades recien conocidas te darían más información. Pero no te harían más sabio. A lo mejor te resultaría confuso saber realmente quién eres y qué quieres. Y no te engañes, ESO es lo que buscas, la información básica que quieres y debes poseer. Y si has seguido una rama determinada, será por algo. Así que levanta tu cabeza con orgullo y mira hacia delante. Deja de buscar agujeros, todos los caminos son correctos y tú ya tienes el tuyo.


La teoría del árbol


PD: El episodio 22 de la 4ª temporada de Cómo conocí a vuestra madre ilustra este conjunto de ideas (que yo embarullo con palabras) de forma más gráfica y desenfadada, lo recomiendo completamente.


lunes, 26 de julio de 2010

Qué raro va a ser esto ahora

A veces uno no tiene palabras para expresar lo que siente. Otras, sin embargo, resulta bastante más fácil encontrarlas. Hoy es un día así. Enhorabuena y muchas gracias.

Raúl González Blanco es el futbolista que mejor representa los valores de un deportista, personalizados además en el club en el que ha hecho historia. Se trata del mayor competidor que he admirado sobre un terreno de juego y el perfecto ejemplo de profesionalidad, trabajo y entrega visto en el fútbol de élite. El futbolista más admirado en el propio gremio y entre las aficiones rivales, por algo será. El hombre que ha cerrado bocas sin abrir apenas la suya, simplemente haciendo fenomenalmente su trabajo. Paradójico símbolo de un país en el que criticar sin fundamento es deporte nacional y la autoexigencia laboral una rareza casi inédita.

En Raúl, la suma de ochos resulta en un diez, y la respuesta está en el hambre ganadora que siempre ha demostrado. El único ejemplo que conozco en este deporte de "futbolista que encuentra el talento buscándolo". Sus ganas de superarse resumen a la perfección lo que es Raúl en el Real Madrid y lo que ha significado en la historia de este club y de sus seguidores.

Han pasado 16 años, 740 partidos, más de 320 goles y ninguna tarjeta roja. Ha ganado 6 ligas, 3 Champions, 4 supercopas españolas, 1 supercopa europea y 2 intercontinentales. Y lo mejor es que los números no es lo más importante, sino el papel que ha jugado: el de protagonista, goleador, capitán, líder moral y físico del equipo, el alma y voz de millones de madridistas. Ése es su legado real.

Este breve y atropellado texto habla sobre fútbol en estado puro. Goles, ligas, torneos, Europa, banquillo, ruedas de prensa, capitanes, responsabilidad, lesiones, polémicas, etc. Y en esto, en fútbol, sólo hay que entender un poquito para saber que Raúl ha sido un grande de la historia. Lo demás no vale nada. Esto es fútbol:

http://www.youtube.com/watch?v=7DHTxpHPMFA


Enhorabuena y muchas gracias. Te reenvío tus afectos en mi camiseta


Hasta siempre, capitán


lunes, 19 de julio de 2010

Mi camino (2001)


Ha sido realmente horrible, he llegado a tener mucho miedo, pero ahora ese es el único sentimiento que no me invade.


Toño experimentó más de una vez lo que suponía el intentar ganar dinero así. Cuando te toca a ti, un nudo tremendo sube a tu garganta como queriendo ofrecer una mayor resistencia a la locura que estás a punto de cometer. El sudor se expande por la frente como si deseara abandonar todo rastro de cuerpo indolente. No puedes evitar mojar los pantalones. El corazón late de la misma manera que lo haría si hubiese estado corriendo incesantemente durante un par de horas y lo peor es que no sabes bien como pararlo...Tu cerebro se bloquea, no puedes pensar en nada más. De todo lo que me contó Toño, fue en esto donde puso más énfasis. Me dijo que apoyase todo mi pensamiento en alguien, “esa única persona a la que realmente quieras tener contigo por siempre”. Yo no me veía capaz de pensar en una sola persona en el momento de morir, pero no le respondí ya que no creí acertado cortar en ese momento su “discurso de iniciación”. Sin embargo, Toño creía en eso (“al final, no hará falta que la busques, ya te encontrará”).


Él estaba hecho de otra pasta; Toño fue abandonado por sus padres tres meses después de venir a este mundo. Desde entonces, es fácil imaginar la historia que ha llevado a mi mejor amigo a rebotar de un escenario a otro, sin hallar un papel en concreto. Creo que crecer así le hizo más predecible como persona, pero más fuerte al mismo tiempo. Una especie de máquina sin respuestas a determinadas preguntas, aunque indestructible. Eso le gustaba mucho, que le llamásemos “indestructible”.


Fuerte pero, al mismo tiempo, frágil. Precisamente por no haber dispuesto nunca de una familia en la que apoyarse y agravado por no haber tenido recursos (ni económicos ni sociales), Toño guardaba muchísimo rencor por dentro; era sabedor de ello e intentaba controlarlo con la gente que le había ayudado. No obstante, del mismo modo en que él intentaba asentarse en la línea de la virtud, no muy lejos de su posición, andábamos Marta y yo.


Mi vida nunca fue precisamente un camino de rosas, aunque todo resultó bastante más placentero desde que conocí a Marta. Ella me causó problemas y provocó, en cierto modo, mi separación de mi familia. Pero lo más importante de todo es que Marta me trajo lo más bello y hermoso que te puede dar esta vida, pero en el momento más inoportuno. Le llamaríamos Diego.


Mis padres no querían a Marta. Ese fue el detonante, aunque no el problema. Siempre se había tratado de una cuestión de actitudes. Entre Marta, Toño y yo entendíamos los motivos que nos llevaban a seguir cada camino. Con mis padres nunca fue así y siempre he llevado por dentro el dolor de no poder compartir ciertos aspectos de mi vida con ellos. A los 17 años dejé mi casa; ellos dicen que no me echaron y tienen razón. Me ofrecieron ayuda económica cuando realmente la necesitaba, pero eso era lo único que yo no buscaba en mi hogar. Quería cariño y comprensión, además de valerme por mí mismo; y si para ello hacía falta acabar de romper la cuerda que me unía a ellos, lo haría.


No guardo rencor alguno. La última noche que dormí en casa miré a los ojos de mi padre y no noté ningún resquicio de injusticia indómita por su parte, lo que no hizo más que aflorar en mí el sentimiento de decepción, que en este caso era mutua. Empecé a plantearme si realmente mi padre era mi alma gemela, creencia que sostenía desde bastante pequeño y que las diferencias entre él y yo, extrañamente, no habían hecho más que fortalecer. Sin embargo, a mí me dolía muchísimo el corazón justo antes de abrir la puerta y sé que a él también.


Pero ese era mi camino, de eso no tengo duda alguna.


Noche fría y lluviosa. El martes nunca había sido un buen día para salir de casa, pero hacía tiempo que las circunstancias me habían arrebatado la capacidad de elegir cuando debía salir o no. Le dije a Marta que se quedase en el piso hasta que saliese el Sol. Estaba de seis meses y yo no quería que el niño corriese riesgo alguno. A pesar de ello, no me hizo caso y, lo que es peor, me acompañó más guapa que nunca hasta la parada de autobús.


Llevaba unos vaqueros desgastados; antes de ese día eran ajustaditos por la cintura, pero esa misma tarde, Marta les sacó la costura y los ensanchó para poder caber bien en ellos. No teníamos dinero para dormir en un sitio nosotros solos, con lo que pensar en comprar ropa pre-mamá era poco menos que utópico.


El origen de Marta era similar al de Toño, así que tampoco podíamos recurrir a nadie por su parte. Llevábamos viviendo seis días en un piso abandonado, cerca del centro; no conocíamos gente de por allí cerca, pero nos valíamos nosotros mismos para seguir tirando unos meses, mientras que encontrásemos algo más estable, tanto a nivel de casa como de trabajo.

Su jersey de color verde y de cuello alto prácticamente cubría su rostro. Apenas se le veían sus finos (aunque expresivos) labios. Hacía frío, llevaba puesto un gorro marrón de lana que tapaba en parte su larga, negra y brillante melena.


Estaba enfadada conmigo, al tiempo que se sentía muy orgullosa. Sin embargo, esto último no lo exteriorizaba. Sabía perfectamente porqué iba a hacerlo, pero no entendía el motivo de elegir ese camino y no otro. Yo no reconocía las posibilidades de fracasar; quería a ese niño más que a nada en el mundo, aunque todavía no hubiese nacido, y estaba dispuesto a hacer por él todo lo que hiciera falta.


Durante unas horas pensé en que Diego era mi persona, esa de la que me habló Toño, a la cual debía enganchar en mi mente el día en el que me retirara del juego. Sin embargo, mi compañera de viaje era Marta, de eso no tenía ninguna duda.


El autobús (blanco, viejo, bastante destartalado) se encaminaba hacia la parada, que se encontraba en una recta gigantesca con dirección a las afueras de la ciudad. Antes de subir, agarré a Marta por la cintura, con afán de no soltarla nunca más, y le abracé. Me devolvió el gesto, pero no me miró a los ojos, algo que todavía no he podido olvidar y que me tuvo discurriendo durante los veinte minutos que duraba el viaje hasta la última parada del trayecto, la mía.


Bajé temeroso y seguí la ruta que me había indicado el hombre con el que hablé por teléfono. Toño me dejó el número durante su charla de preparación y, respecto a él, sólo me dijo que no hiciese preguntas y que atendiera a todo lo que me indicaba y eso hice. Seguí caminando por la misma carretera por la que me había traído el autobús, hasta que me metí por una especie de senda entre unos matorrales, que venía indicada por una señal totalmente oxidada que guiaba hacia los viejos almacenes de ropa, abandonados desde que nadie que viva en esta ciudad tuviera uso de razón.


La senda era una antiquísima ruta de paseo, totalmente abandonada. Debía tener unos tres metros de ancho y estaba cercada a ambos lados por unos árboles inmensos que se alzaban por encima del terreno y cuyas copas, a una altura considerable, parecían inclinarse sobre el centro de la senda, como intentando cerrar el camino. A mitad de trazado, desaparecieron los árboles y la lluvia, hasta entonces resguardada en la oscuridad, se hizo presente golpeándome en la cara. Cada vez era más duro avanzar porque la pendiente aumentaba y aumentaba hasta cotas insospechadas (Toño me avisó: “Lo bueno es que ellos piensan en ti, quieren que llegues con el corazón acelerado para que cuando venga el momento, no notes la diferencia”). Cuando mi cuerpo dejaba de andar y empezaba a escalar, se acabó la senda. Ya estaba allí.


Un hangar de una altura considerable (aunque no demasiado grande) y con unos ventanales insólitamente enormes era lo que me esperaba. Las paredes parecían originalmente blancas, pero el paso del tiempo había derramado en ellas otros colores, que en esos momentos no acerté ni siquiera a plantearme de donde provenían. Todo lo que veía era nuevo, pero no pensaba ni me hacía a mi mismo ninguna pregunta. Era el primer síntoma, el bloqueo cerebral.


Me estaban esperando. El hangar tan solo albergaba una sala oscura, de una altura inmensa (no se veía el techo), amplia y desvalijada para la ocasión. El único mueble era una mesa circular de cristal, con un vaso de agua en cada uno de los cinco asientos y un recipiente de cerámica en el centro. Al lado del recipiente, un reloj grande de aguja (como el que tenía mi madre en el salón), sin segundero. Apoyado verticalmente sobre él, estaba la pistola. Casi ni la miré. Nunca había visto una. Segundo síntoma, el miedo a lo desconocido. Alrededor de la mesa, cinco hombres, parecidos a mí, con el rostro desencajado, sudando; todos ellos inquietos, pero sin mover un solo músculo de su cuerpo.


Todo fue muy rápido. Nos sentamos. Nadie hacía preguntas. Un tipo trajeado y con voz ronca (era el del teléfono) nos indicó el procedimiento; era algo inútil, ya que todos sabíamos a lo que habíamos ido allí. Me colocaron el tercero de los cinco, en el orden de juego. Los síntomas físicos sobre los que me había avisado Toño se cumplían paso a paso.


2:30 de la noche (marcaba el reloj central de la mesa). Tres minutos después de haberme sentado, me tocaba jugar. Los dos anteriores a mí habían ganado, saldrían de allí. Mientras que aprovechaba el minuto de cortesía entre jugador y jugador, bebí el trago de agua más dulce que haya tomado jamás mientras que, inconscientemente, empecé a buscar respuestas a todas las preguntas que bailaban en mi cabeza. ¿Por qué mi padre no me comprendió mejor o no intentó detenerme antes de marcharme de casa? ¿Por qué Marta no había sido capaz de forzar que no lo hiciera hasta el último momento? Yo tenía más miedo al rencor que a la bala y eso me marcó. Mi cuerpo temblaba y la pistola se me resbalaba de la mano, hasta que la agarré decididamente con la derecha, sintiendo el gatillo por primera vez, mientras que con la mano izquierda sujetaba con todas mis fuerzas la cruz de Cristo que me confió Marta. Y apreté.


Salí del almacén con el Cristo colgado del cuello. El camino de vuelta se me hizo mucho más agradable. Ahora la pendiente era a favor de mi caminar. Ya no llovía; había salido el Sol, que brillaba como nunca jamás lo había visto brillar. Elegí no coger el autobús; me apetecía andar, aunque me sorprendiera que no hubiese ni gente ni coches por las calles. Al momento de llegar a la parada donde supuestamente debía de esperarme Marta, no había nadie. Entonces me senté para aguardarla, pero el cansancio y las tensiones vividas pudieron conmigo y me quedé dormido.


Me he despertado y todo sigue igual. Después de todo lo sucedido, he perdido la noción del tiempo. Durante unos momentos no he sabido lo que me pasaba ni lo que me esperaba.


Ha sido realmente horrible, he llegado a tener mucho miedo, pero ahora ese es el único sentimiento que no me invade.


Veo a Toño al final de la calle. Se acerca por la calzada con un pasear tranquilo, con su típica gabardina negra (manos en los bolsillos), observándolo todo y más relajado que nunca. Al llegar, se queda de pie frente a mí, mirándome fijamente. Sin decir nada, me muestra el reloj de la parada. Marca las 2:31. Me da la mano y me invita a seguir con él. Todo cobra sentido. La persona es él y el camino el suyo.




martes, 13 de julio de 2010

España, no te reconozco



Años 80. Cualquier colegio público de cualquier pueblo ó ciudad en terreno español. Es la hora del recreo y un chico blanquecino y de aspecto tímido hace malabares con una pelota de papel albal mostrando su habilidad con los pies. A escasos metros de él, se organiza un partidillo alrededor de los verdaderos protagonistas del colegio, los malotes. Son los niños bravucones, respondones, generalmente los que se han desarrollado antes en altura. Empieza el partido y los maleducados imponen su ley entre los pelotas, los subordinados, los aspirantes y los tímidos que, con tan pronta edad, comienzan a darse cuenta de que jugar al fútbol es la mejor manera, y a veces la única, de socializar con el resto.


Mientras tanto, el niño blanquecino les mira de vez en cuando con una paradójica mezcla en su mirada de tranquilidad y obsesión. No se fija en el resto de los niños, sino que mira fijamente el balón. La pelota. Y al mismo tiempo mueve los pies desde su asiento en el bordillo de la puerta del colegio. El jefecillo del partido utiliza sus galones para focalizar en él las burlas oportunistas tan típicas de los niños. “Empanao” le grita…sólo son chavales pero se empiezan a marcar las personalidades.


España es un país de extremos y creo que eso no está del todo mal; generalmente es mejor pasarse que quedarse corto y aquí sabemos perfectamente cómo funciona esa regla porque la asumimos en todos los ámbitos de la vida. El problema es que los defectos de una sociedad se iluminan de tal modo que pueden llegar a hacerte odiar a todo aquel individuo con el que te cruzas una tarde de jueves en la Gran Vía. Siempre he pensado que vivimos en un país con sentido del humor, pero que a mí no siempre me hace gracia. Un colectivo en el que siempre destaca el individuo más que el grupo, un ecosistema donde necesitas ser diferente y utilizar métodos anormales para llegar a la cima de la montaña social. Y para eso viene bien ser impaciente y hablar de lo que uno no conoce. Y en España somos maestros en ejemplarizar ambas actitudes.


El fútbol lleva mucho tiempo alejándose de los prejuicios que tanto lo mancharon hace ya unos años. Ya no es un accesorio de lo cañí ni un divertimento puramente masculino. Es un deporte, un negocio, una tradición social, un espectáculo que, sin saber cómo, refleja la unión y división social en cualquier lugar del mundo que se practique. Los futbolistas son los nuevos grandes “star-system” del siglo XXI. Ricos, jóvenes, guapos, idolatrados…es un billete directo al divismo. Y, nos guste o no, son un ejemplo para bien y para mal.


Siempre me ha resultado triste que el espacio estelar de las actividades comunes a todos nosotros suelan ocuparlo esos chicos fuertes del colegio, los respondones que llegan a ser considerados la referencia en sus campos de trabajo utilizando la bandera del individualismo, la falta de respeto, la nula capacidad autocrítica y la lealtad a su ego. Políticos, jueces, medios de comunicación, artistas…el mundo del fútbol no se libra del mordisco de frikismo que sufrimos a día de hoy. Por eso, me alegro tanto de la victoria de España y de la celebración del pueblo.


Si el fútbol se relaciona con los peores valores de una sociedad y resulta que los 23 mejores jugadores de España son los que ya conocemos, hay una cuestión que me provoca enormes dudas. O este deporte es una maravilla o hay millones de personas como ellos, que juegan (o no) al fútbol y que, además, lo hacen de maravilla. No puede ser que los mejores de este país en una profesión como ésta, sean gente tan respetuosa y campechana. Profesionales que conocen su trabajo y lo disfrutan y dignifican mediante unos valores que deberían ser mandamientos en el código ético de los centros de educación y en nuestras casas.


En la selección española, uno más uno siempre suman más de dos. La sinergia de rendimiento debe ser la mayor incógnita por resolver en el mundo laboral español y en eso, la selección es un ejemplo. Un conjunto de catalanes, valencianos, castellanos, asturianos, andaluces, vascos y canarios que consiguen potenciar el resultado del grupo esforzándose al máximo individualmente. Vamos, lo que se dice una empresa sin vagos, chulos, prepotentes ni egoístas. Único. Quizá si fuéramos capaces de identificar la autoridad que nos “controla y supervisa” con nuestros propios intereses nos iría mejor a todos.


En la vida primero conocemos a las personas que nos rodean y después nos conocemos a nosotros mismos; y así funciona este equipo de fútbol. Y es más un equipo que una selección, porque el trabajo de cohesión que llevan encima es más propio de la dinámica de un club humilde de barrio que de una fría lista de jugadores de muy diferente procedencia que sólo miran por sí mismos. Con ilusión, educación, respeto, trabajo y talento han tirado a la basura la bolsa de estigmas que nos persigue a los españoles en cualquier competición de todo tipo de ámbito desde que los ingleses derrotaron a la armada invencible.


Y confío en que en el mundo no se tenga el único poso de que “España sabe competir”, sino que se queden con la forma en la que ha ganado la Copa del Mundo. Con un estilo creativo, alegre, digno y agradecido con el fútbol y sus aficionados. Dando las gracias y pidiendo perdón cuando se tercia. Trabajando sin quejarse más de lo adecuado. Divirtiéndose y divirtiendo. Y recordando que esto, en el fondo, es un juego y hay que saber ganar y perder (desde aquí mi elogio a la selección alemana y mi repudia absoluta y completa al equipo holandés; menos mal que no representaron a su país ni a su gente).


Y todo ello con un pastor para el que mi admiración no deja de crecer. Qué difícil debe ser ocupar el puesto de seleccionador y no reventar, no explotar ante la enorme presión mediática que critica todas y cada una de tus decisiones, sabiendo que tú, más que nadie, conoces a ese grupo y que dispones de toda la información posible para averiguar la forma en que pueden hacernos más felices. Y Del Bosque, con ese aspecto de profesor bonachón de literatura de 8º de EGB, aguantó y ganó. Y ejerció de guía con las tres variables que convierten a un jefe en un auténtico líder: conocimiento, motivación y respeto. Y lo hizo con elegancia, una cualidad que, simplemente, se tiene o no se tiene y que otros entrenadores y ex-seleccionadores jamás podrán conjugar con el rencor que destilan ni el oportunismo del que hacen gala. Bravo Vicente, mi más sincera enhorabuena para usted. La imagen de su hijo recibiéndole y levantando la copa del mundo me ha parecido la más emotiva y reconfortante que he visto en mucho tiempo. A veces la justicia existe con la buena gente. Gracias.


¿La pena? Que esto es sólo fútbol…o no. Yo me pregunto qué cantidad de gente habría salido ayer a la calle si España hubiera ganado la final jugando como lo hizo Holanda. La celebración de ayer en todo el país tiene un halo de contagio y efervescencia, como todas las grandes fiestas; son puntuales por definición. Sin embargo, el ganar como se ganó añade un matiz de satisfacción que difícilmente se aplacará con el tiempo. Nos gusta lo que ha hecho nuestra selección y cómo lo ha hecho. El nivel de identificación con ellos ha aumentado hasta cotas insospechadas gracias a que reconocemos a los jugadores.


Si en el país de los ciegos, el tuerto es el rey, en una sociedad llena de extravagancias, modas, histrionismos, sobreactuaciones y enfrentamientos, la campeona es la naturalidad. Este mundial es el triunfo de la normalidad. Cómo destacar siendo diferente de una manera bien entendida; para mí, ese es el camino.


Quizá la mayor ganancia de esta copa del mundo es precisamente aquello que no se puede medir, es esa posibilidad de que esta victoria trascienda la parcela futbolística y las reglas con las que la selección ha triunfado en el mundial se apliquen a nuestra vida diaria. Aquello que hizo hace escasas horas que millones de españoles salieran a la calle. A lo mejor esos valores los conocen mejor que nadie aquellos que nunca presumieron de ello. Esas personas que se dedican simplemente a trabajar, sin hacer artificios, provocar enfrentamientos ni considerarse mártires. Y lo hacen con ilusión.


30 años después sigue habiendo clases en el patio del colegio. Pero a lo mejor ahora, los adjuntos y candidatos ya no quieren ser el malote, sino que prefieren jugar al reloj con la pelota de papel albal junto a sus amigos de verdad. La vida hay que disfrutarla con quien quieres y con quien lo merece. Y con los que ya no están.



España ha ganado la Copa del mundo. Ojalá algo haya cambiado.




viernes, 9 de julio de 2010

una noche en la TV americana

Larry King hace ahora mismo en la CNN un directo con conexiones en cuatro sedes de equipos NBA para vivir en el momento la "Lebron James´s big decision". Tiene como invitados en el plató al antiguo entrenador universitario de Lebron, un pívot ex-nba, un periodista experto en la causa y un actor cómico teóricamente famoso (Tom Arnold) y que hace comentarios que supongo graciosos para ellos. Increíble la facilidad con la que el presentador ha conseguido entrevistas personales en el último mes con el propio Lebron, su entrenador, sus rivales y hasta Obama, opinando todos ellos sobre el futuro del jugador. Para esto sirve haber hecho 40.000 entrevistas previas durante su carrera...

...mientras, en la ESPN se emite un reality de una hora de duración que ha montado el propio jugador para anunciar en qué equipo estará la próxima temporada. El montante de la publicidad durante el programa se donará a causas benéficas, lo que le paga la cadena al jugador irá a su bolsillo, of course. Los primeros quince minutos son un mamazo edulcorado a la figura de Lebron con Jamie Foxx y Will Smith colaborando con sus gracias y labia negra para que la comunidad afroamericana de Cleveland no se le eche encima a Lebron cuando anuncie que cambia de equipo...

...tras 20 minutos de publicidad y fertilizante para el ego de James, sale el jugador al programa y tras responder con una maestría absoluta a las primeras preguntas, sin desvelar el nombre del equipo, decide dar la respuesta. Una vez resuelto el enigma, dice que no lo ha decidido hasta esta misma mañana (no se lo cree ni él), que está triste por dejar su casa y que ÉL le va a dar a su nuevo equipo la oportunidad de ganar el anillo...

...grande Lebron, siempre con la humildad por delante, eso es. Así, si se choca, es lo primero que se llevará por delante...

...Larry King conecta con las ciudades perdedoras para ver qué tal ha sentado la marcha de la estrella. Los propios corresponsales discuten entre ellos sobre si la decisión de Lebron ha sido la mejor. Utilizan el método de la "pantalla partida", que tantos buenos momentos nos ha dado en la historia moderna en televisión. El señor King les corta para dar paso a la publicidad y antes dejar claro que él ha vivido muchos años en la nueva ciudad del jugador y que la decisión es acertada...

gana Lebron, por su nuevo equipo y el dineral que pillará para sí mismo y su plebe, show incorporado
gana su nuevo equipo por llevarse al más cotizado,
ganan los televidentes porque, al parecer, se entretienen con este circo,

AMERICAN BUSINESS, quién pierde?

efectivamente, YO, que pierdo mi tiempo con esto

comienza la publicidad, primer plano de Jeremy Irons profundamente irritado y exigiendo al telespectador que colabore con www.1billionhungry.org

y mañana el pulpo, no se lo pierdan que para eso no hace falta pillar la CNN, lo tienen en cuatro a las 11 de la mañana¡¡

pd: el negrata cuadrao jugará en los Heat de Miami, pero qué más da.